Para quienes pudimos pasar por la
experiencia de viajar y contemplar con asombro los precios que maneja la
industria de la indumentaria en el exterior, quedamos escandalizados ante las
vidrieras de la temporada invernal. Un par de zapatos a $2000 o abrigos cerca
de los $8000 ruborizan hasta a la más fashionista.
Nadie va a dejar de consumir moda por
los precios que se manejan, pero considero que en estos tiempos se piensa dos veces
antes de realizar la compra. Asimismo, los bancos cumplen un rol fundamental a
la hora de la experiencia de consumo. Ponen a disposición del cliente
innumerables descuentos que influyen de manera determinante ante la decisión. Y
aunque haya que esperar a un día de la semana determinado, los consumidores no
desesperan, con tal de hacer la diferencia al momento de pagar. Las tarjetas de
fidelización –Club La Nación o 365 de Clarín– también ofrecen beneficios en
cuanto a descuentos sobre el total de la factura.
Pero ¿de dónde se desprenden los
precios que vemos en los locales? Varios factores conforman esa cifra. Por
empezar, la ropa de invierno siempre es más costosa que la de verano. Sus
tejidos más pesados y abrigados requieren una confección más compleja. También
la mano de obra es cada vez más cara, sobre todo si respetamos los mandatos del
comercio justo, garantizando adecuadas condiciones para los trabajadores de
toda la cadena productiva. Otro factor determinante es la comunicación de la
marca que es igual de importante que la prenda en sí misma. El trabajo
realizado por la agencia de prensa o el encargado de esa labor dentro de la
misma marca, demanda otro porcentaje sobre el valor del producto. Una correcta
construcción de la imagen de marca garantiza la efectividad en el momento de la
compra.
En el caso de un jean y según un
artículo de Clarín.com del total del precio, el 15,4% corresponde al costo de
fabricación, el 19,4% al desarrollo de marca (es decir, diseño, moldería,
marketing), el 26,9% son impuestos y el 38,3% refiere al desarrollo comercial y
financiero.
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